En el ojo de la Tormenta

De las marchas autoconvocadas reclamando institucionalidad a los llamados delirantes al enfrentamiento y saqueo por dirigentes de movimientos sociales oficialistas.

En menos de tres años, la salud política se puede leer desde esas claves interpretativas, que permiten, a su vez, entender el nivel de desgaste de un gobierno exhausto.

El resultado final es una crisis de autoridad o pérdida de confianza por parte del actor democrático  central: la opinión pública. No es algo excepcional lo que está pasando, ni en términos históricos ni contemporáneos. Sea Italia, el Reino Unido, Ecuador y hasta Sri Lanka. La diferencia radica en  cómo se resuelve, algo de lo que estos países muestran ejemplos buenos y malos.

En nuestro caso sobran las experiencias de tangentes institucionales que pretendieron ocultar un asado bochornoso, inaugurado allá por 1930. Esa secular fragilidad es la que nos distingue. Desde esa vivencia histórica tenemos en claro que las crisis poseen vida propia, y desde el momento en que toman velocidad de vértigo, el único modo de aplacarlas es con un cambio drástico de expectativas para devolver la confianza perdida.

Hay un rol de responsabilidad institucional enorme. Ese lugar de compromiso no significa callar sino hablar con responsabilidad. Pero sobre todo promover la búsqueda de respuestas dentro del sistema institucional, sin perder de vista nunca que lo que más importa es la gente, por sobre las mezquindades políticas y ajustes de cuentas tan comunes en este tipo de situaciones de caída libre.

Hay un arco de posibilidades que va desde un giro marcado por cambios políticos profundos, incluyendo reemplazos ministeriales, pasando por el juicio político por falta de idoneidad, la renuncia, la renuncia doble que lleve a la aplicación de la ley de acefalia, hasta el adelantamiento de las elecciones. En el medio, opciones disfrazadas de superadoras, más propias del modelo gastado e inaceptable de componendas oscuras tipo 2001, como un jefe de gabinete de la oposición.

Con estos escenarios, lo que hay que tener claro son dos cuestiones. Una es que hay una opinión pública atenta, vigilante y harta de que la clase política le dé la espalda y ponga por encima de los intereses generales, los suyos particulares. La otra es que hay un modelo caduco, que se extinguió, que no da para más. Y que la rigidez para aceptar sus límites es precisamente lo que nos tiene en esta encerrona, jugando con el fuego de la acción directa, preludio de lo peor.

La grieta, la verdadera y más peligrosa, es aquella entre la clase política y la gente. Desde el 2001 estamos en una crisis sin resolver. Ahora ha tomado rasgos inéditos: es una crisis fratricida, de poder en el poder, y de orden fundamentalmente moral.

Es el futuro del país lo que está en juego. No se resuelve ni con violencia en las calles ni con acuerdos espurios que pretenden ocultar las diferencias, que vuelven a aflorar, contumaces. Frente a la terquedad de los hechos, el único camino es con las instituciones y la opinión pública.

ESF

Prensa GeoMinera