San Juan: Vendía tortitas hechas en horno a leña y hoy multiplicó su producción

  • 10 de septiembre, 2025
Viviana Montaño cuenta cómo entendió que Veladero podía ser una oportunidad para armar su emprendimiento en un pequeño pueblo rural de San Juan.

Por Sandra Conte

Viviana Montaño (53) cuenta que es mendocina, pero que formó su familia en Tudcum, un pequeño pueblo en el departamento de Iglesia, en el noroeste de San Juan. Detalla cómo supo ver la oportunidad que representaba el proyecto Veladero y de qué manera ese sitio fue trayendo desarrollo al lugar mientras avanzaba la mina.

En el marco del festejo del Día Internacional de la Mujer en la Minería, organizado por WIM Argentina (Women in Mining o Mujeres en la Minería), compartió su experiencia de desarrollo de emprendimiento.

Con apenas 15 años, conoció a quien sería el padre de sus dos hijos en una visita al pueblo de su abuela y se casó con 24. Explica que Tudcum era un lugar muy pequeño y conservador, donde la mujer no trabajaba fuera de casa, pese a que ya rondaba el año 2000. Hoy, suma, la gente mayor sigue siendo escuchada y respetada, pero ciertas cosas han dejado de ser tabú.

Precisa que había un solo teléfono, en la policía, la ruta no estaba pavimentada, el turismo no llegaba, los baños tenían letrina y en las casas había un solo surtidor. Pese a esas limitaciones, señala que siempre fue emprendedora y cocinaba panificados en un horno de barro, que calentaba con leña que ella misma juntaba.

Añade que todo eso fue cambiando con la llegada de la industria. Recuerda que, cuando Veladero era un proyecto de exploración, el camino pasaba por la puerta de su casa. Era la misma ruta que tomaban los puesteros para llevar las ovejas a la montaña durante el verano. Ella se levantaba a las 4.30 para amasar y hornear pan y semitas, para que cuando pasaran las primeras movilidades, a eso de las 6, ya tener el producto recién preparado. Muchas veces, les daba agua caliente también.

Viviana recuerda que, cuando se terminó esa primera etapa y comienza a construirse la mina, colocaron una garita a tres kilómetros del pueblo, con un semáforo que indica cuándo se puede subir y cuándo no. Ella se trasladó a ese punto y empezó a vender café, semitas y sopaipillas.

Ser parte de lo que estaba pasando

“Estando en ese semáforo, viendo el movimiento y pensando que yo quería ser parte de eso que estaba pasando, se me ocurrió hacer viandas para los colectivos. Estamos hablando del pleno auge de Veladero, en 2006”, detalla. “La misma industria te va dando las oportunidades, siempre y cuando las puedas ver y seas constante”, lanza.

Reconoce que convertirse en proveedora para la minería no fue fácil. Tuvo que tomar cursos de manipulación de alimentos, “porque éramos responsables del bienestar de cientos de personas” y hasta aprender cómo escribir un correo electrónico formal. “La empresa nos otorgó los medios a quienes de verdad queríamos aprender y nos capacitó. De ahí en más, dimos una vuelta de página”, plantea.

Montaño resalta que hoy tiene un horno rotativo eléctrico de 18 bandejas y que empezó horneando en un horno de barro que ya no existe, porque “se cayó de viejito”. Sus dos hijos trabajan con ella y elaboran panificados para la empresa que le presta el servicio a Veladero. También toma a jóvenes para que ganen la experiencia que puedan poner en su CV, adquieran su certificación en manipulación de alimentos y puedan elegir si se quedan en el pueblo o suben a la cordillera, donde los salarios son superiores.

Relata que se juntó con otros vecinos que estaban interesados en el cuidado del medio ambiente y en la inserción laboral, como empleados directos en la mina y como proveedores. “Pasamos de andar en burro a conducir un fuera de ruta”, relata. “De ese grupo nació el monitoreo participativo y el régimen de visitas que se hacían a la mina para poder interiorizarse y no hablar desde la ignorancia”, indica.

Aunque insiste en que Veladero implicó un cambio radical para la comunidad, cuenta que la relación no estuvo exenta de roces. Como el pueblo era el portal de subida a la mina, les permitió hacer piquetes para que se flexibilizaran los contratos de manera de poder convertirse en proveedores. “Somos muy activos. No esperamos que nos vengan a tocar la puerta para invitarnos a participar”, plantea.

Solidaridad e integración

En la actualidad, participan de mesas de trabajo con Vicuña -considerada una de las 10 minas de cobre, oro y plata más importantes del mundo-, para que los proveedores actuales y los que quieran en un futuro trabajar para la minería puedan prestar servicios a un emprendimiento con el que, estiman, sobrarán oportunidades, no sólo para los sanjuaninos, sino también los mendocinos.

También aprendieron a ser solidarios en una comunidad pequeña y a integrarse para que nadie se quede sin trabajo. En la cámara que crearon hay unidades de trabajo y en el grupo de catering, por ejemplo, ella hace unos panificados, mientras otros vecinos elaboran opciones diferentes.

Sobre qué se necesita para poder prestar servicios para estas empresas, Viviana detalla que se debe poder responder a ciertos requerimientos, rendir cuentas y demostrar la capacidad de producción. “Es mucha responsabilidad y no es fácil, pero el que lo quiere hacer, lo hace y se logra”, afirma.

“La constancia me permitió perdurar en el tiempo. Yo trabajaba sábados y domingos. No es quedarte en tu casa y criticar. La empresa llegó a mi pueblo -si bien es cierto que no soy sanjuanina, me siento parte de esta comunidad- a hablar de lo que iba a ser el proyecto minero. A traer palabras como desarrollo sustentable y licencia social, que nosotros dimos”, recuerda. “Decidimos que la industria se desarrollara, pero de manera correcta, y ser parte de esto”, afirma

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